Breve carta a mis hijas que viven lejos





Santiago Molina

Yo sé que están preocupadas por los últimos acontecimientos en Nicaragua, en realidad pensábamos que nunca más volveríamos a ver escenas de guerra, algo que ya habíamos olvidado, algo que solo sucedía allá en otros lugares del mundo. Quisiera explicarles, no es una guerra con tanques ni con aviones de caza escondidos en el cielo (aunque toda confrontación bélica, como dijo el poeta Jacques Prevert, siempre será “una menuda estupidez”), sino que se trata de una guerra no convencional, con disturbios callejeros y francotiradores apostados en lo invisible, tácticas del manual injerencista largamente conocidas: dispará a la multitud y dentro de un segundo tendrás un muerto tendido en la calle. Luego, culpá al estado. Creá el caos y tendrás a tus pies a tu enemigo pidiéndote diálogar, y mientras ponés las cartas sobre la mesa, prepará también el golpe de estado. Daba gusto Nicaragua antes del 18 de abril, ustedes que hace poco vinieron de Francia fueron testigos. Anduvieron por muchos lugares y nada las perturbó. No había ningún peligro. Regresaron a Francia orgullosas del país de su padre. Pero ahora, después del 18 de abril, el paisaje tranquilo que ustedes recorrieron se ha transformado, o lo han despiadadamente transformado: la derecha violenta ha desbaratado la calma de todos y parte también de la infraestructura socio-económica por la cual sacábamos pecho. Era el país de Centroamérica más armonioso, gente de los países vecinos hasta migraban para instalarse a vivir entre nosotros. Ahora, con tan solo escuchar ese canal de televisión que transmite “primicias a toda hora”, voz oficial de los empresarios golpistas y vocero de los vándalos derechistas que despellejan las calles, se nos revuelve la sangre en cada noticia, repitiendo y repitiendo la misma posverdad para hacer de la historia un discurso que dé razón al imperio. Ah, la vergüenza que siento ante ustedes por la malograda educación de unos jóvenes irrespetuosos de las primeras autoridades del país; porque ustedes, los jóvenes de Francia, por mucha presión neo-liberal que Macron ejerza sobre el pueblo más revolucionario de la Historia, jamás hablarían al Chef d´ État con altanería, como lo hicieron unos chavalos de la mesa de diálogo. Ya no digamos cuando interpelaron a la poeta Rosario Murillo, como si la poesía fuese un tratado sobre la realidad. En ese instante me di cuenta que el poema -cifrado Gualtayán- no revela su mensaje a los ciegos de odio. Sí, ellos y sus manipuladores son como los ciegos que pintó Brueghel cayendo uno tras otro en un hoyo, siguiendo un dicho de Jesucristo que aparece en los Evangelios: “Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo”. Chavalos que crecieron mirando videos-juegos donde se aprende a eliminar al Otro aunque sea en forma de simulacro (pulsión destructora que el inconsciente asimila poco a poco), creen que pueden insultar a cualquier ciudadano, hacer astillas cualquier noche de cristal. Ya tuvieron su minuto de celebridad, como ironizaba Andy Warhol, de igual manera tienen asegurada la visa gringa. Pero no tienen el pasaporte eterno que la Historia solo entrega a aquellos que sí liberaron a Nicaragua de la opresión. Los que nunca se rindieron, los que nunca fueron manipulados por empresarios codiciosos, los que nunca vendieron la soberanía por un puñado de monedas. Han puesto tranques en empalmes estratégicos, los productos básicos casi no llegan a los mercados; el pueblo humilde comienza a sentir la carestía de los alimentos, no los empresarios golpistas apertrechados con todos los bienes porque nunca les ha faltado nada: les importa poco la vida del pueblo. Una mujer a punto de dar a luz llevada en una ambulancia, murió por la barbarie de esos tranques. “Los busitos heroicos”, como ustedes llaman a los buses de Nicaragua, que suben las cuestas más empinadas, cargando pirámides de canastos con frutas y coloreados a la manera naíf del Aduanero Rousseau, hacen ahora largas colas en los caminos esperando que el tranque los deje pasar. Pero ya el pueblo comienza a despejar las carreteras, a colocar de nuevo los adoquines levantados. Tampoco los golpistas ya no pueden evadir así nomás la Constitución, se les ha recordado que todo ciudadano tiene derecho de circular a lo largo y ancho de su país. El golpe de estado es una forma arcaica de toma de poder, los que hoy utilizan este método violento, son los que menos deben de llamarse demócratas. Nuestro gobierno fue elegido en las urnas, la OEA con un comunicado puso el péndulo a la buena hora. El tiempo de los golpistas tiene un miedo ciempiés a los relojes de los revolucionarios que, como dice Walter Benjamin en su Tesis XV del concepto de historia, hacen saltar el continuum de la hora del odio para entronizar la hora de la paz recuperada. Todo volverá al orden, mis queridas hijas. No se preocupen: “el país de las flores gigantes”, como dibujaban en sus cuadernos de infancia al país de papá, triunfará sobre cualquier mal.

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