por
RESISTENCIA 2.0 (GEOPOLÍTICA) -
El sociólogo y
politólogo argentino, Atilio A. Boron, actualmente uno de los más relevantes
pensadores latinoamericanos sobre geopolítica mundial, publicó recientemente un
artículo titulado “Sandinismo e imperio:
la batalla decisiva”, en el que explica que Estados Unidos ha financiado el
Golpe de Estado en Nicaragua (o revolución de colores) ante el temor que China
construya un Canal Interoceánico en esta zona estratégica centroamericana, y cuyo proyecto ya
estaba en curso de ser una realidad.
Para Boron nadie en su sano juicio, o actuando de
buena fe, puede ignorar que la crisis en Nicaragua fue precipitada por
múltiples factores. Varios de ellos endógenos; otro, exógeno pero crucial: el
gobierno de Estados Unidos. Tras el humo,
la sangre y la confusión de las “trancas” y los enfrentamientos se mueve,
sigilosa pero eficazmente, quien sin dudas es el principal actor de esta tragedia: la Casa Blanca.
El analista explica que en efecto, Washington se
encuentra poseído por una irrefrenable ambición de someter al país
centroamericano a sus designios, rubricando las numerosas iniciativas que desde
mediados del siglo diecinueve y a lo largo de casi doscientos años tuvieron
como único objetivo controlar el territorio nicaragüense. Vale recordar entre otras
el accionar del aventurero yanqui William Walker que invadió Nicaragua con un
ejército mercenario y se proclamó presidente en 1856; o la ocupación del país
por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos entre 1912 y 1933, contra la
cual luchó con simpar heroísmo y honor Augusto
César Sandino.
"Negaría la evidencia histórica y los datos del momento quien
desconociera o subestimara la importancia de la intervención estadounidense en
la crisis actual. Sobre todo cuando se observa que la metodología de la
insurgencia, el “guión” que organiza sus tácticas e instrumentos de combate y
el carácter de sus principales actores replican lo que enseñan los manuales de desestabilización de las
diversas agencias de la “comunidad de inteligencia” de Estados Unidos. No
sólo eso: las violentas protestas de la oposición nicaragüense tienen un
indudable “aire de familia” con las “guarimbas” en Venezuela en 2014 y 2017, la revuelta de los “combatientes de la
libertad” contra Gadafi en Libia en 2011 y el accionar de las bandas neonazis
en Ucrania en 2013. Al revés de lo que dicen los films de Hollywood, cualquier
semejanza con la realidad no es mera coincidencia porque se trata de la misma
estrategia sólo que aplicada en diferentes locaciones", expresó.
Boron refirió que al examinar las causas
domésticas de la crisis observamos una situación paradojal: sin previo aviso se
produjo el súbito deterioro de la situación política en un país cuyo
ordenamiento social se comparaba ventajosamente con el de sus vecinos. A
diferencia de casi todos los demás países del área el flagelo de las “maras” era desconocido en Nicaragua; la
seguridad ciudadana era de las mejores de Latinoamérica y muy superior a la del
resto de los países del istmo. En Nuestra América se encuentran los diez países
con las mayores tasas de homicidio por 100.000 habitantes del mundo. Honduras,
gobernada a control remoto desde 2009 por Washington ostenta el lúgubre honor
de tener la mayor de todas: 85.7 homicidios por cada 100.000 habitantes. Le
siguen El Salvador (63,2), Venezuela (51,7), Colombia (48,8), Belice (37,2),
Guatemala (36,2), Jamaica (35,2), Trinidad y Tobago (32,8), Brasil (30,5) y
República Dominicana (30,2). En el año 2017 la tasa nicaragüense llegó a 6 por
100.000, unas pocas décimas por encima de la Argentina que registró
una del 5.2 y Estados Unidos con 4.9. En 2013, el índice de seguridad
ciudadana –el “Índice de Ley y Orden de 2013" medido por la firma Gallup- caracterizó a Nicaragua
como el país más seguro de Latinoamérica.
Otros
indicadores sociales muestran un desempeño similar: en años recientes el
siempre difícil combate a la pobreza arrojaba en Nicaragua resultados
módicamente alentadores, poco frecuentes en la región si se tiene en cuenta que
durante mucho tiempo este país fue, después de Haití, el más pobre del
hemisferio. Pese a ello, cálculos del Banco Mundial, actualizados a Abril del
2018, aseguran que “entre el 2014 y 2016 la pobreza disminuyó del 29.6 al 24.9
por ciento” al paso que en los últimos años la tasa media de crecimiento del
PBI oscilaba en torno al 4 %. Textualmente se dice que “(E)n 2011, el
crecimiento alcanzó un récord del 5.1 por ciento, con una desaceleración al 4.7
y 4.5 en 2016 y 2017, respectivamente. Para este año, el pronóstico se sitúa en
4.4 por ciento, con lo que Nicaragua se
coloca en el segundo lugar de crecimiento entre los países de Centroamérica,
con perspectivas favorables para la inversión extranjera directa y el
comercio.” [2] Según
datos del Banco Centroamericano de
Integración Económica el déficit fiscal de Nicaragua en el año 2017 fue del
2.5 %. En la Argentina en ese mismo año fue del 3.9 %.[3] En el
terreno político en Noviembre del 2016 el actual presidente fue elegido por un
72 % de los votos, y si bien hubo algunas denuncias de fraude, poderosamente
amplificadas por la cloaca mediática regional, ninguna adquirió la entidad
suficiente como para seriamente impugnar el proceso electoral.
“Dados
estos antecedentes, ¿cómo fue que se produjo el fulminante estallido de una
crisis que hoy nos asombra y entristece?, se pregunta el escritor argentino.
En este sentido, expone que el
presidente Ortega hizo el sorpresivo anuncio de la reforma a la Seguridad
Social el 18 de Abril y cuatro días después, ante la contundencia y masividad
del rechazo popular, procedió a revocarla. En circunstancias normales esto
debería haber desactivado la bomba de tiempo que con su tic-tac resonaba en las
calles de Managua. Pero los países de América
Latina y el Caribe (y Nicaragua no es la excepción) no son “países
normales” sino batalladores sobrevivientes en la periferia de un imperio que
anhela su completa y definitiva subordinación. Precisamente a causa de esa
“anormalidad” latinoamericana la violenta agitación callejera lejos de
aplacarse con la marcha atrás ordenada por el gobierno se intensificó y
extendió a otras ciudades del país. En cuestión de días una demanda puntual
precipitó la rápida conformación de un amplio y sedicioso frente opositor
reclamando la renuncia del presidente y el llamado a nuevas elecciones. ¿Cómo
explicar tan perniciosa mutación?
“Para responder a esta pregunta es preciso
examinar el decisivo papel del gobierno de Estados
Unidos como amplificador e interesado beneficiario de la crisis. Tal como
dijimos anteriormente Washington alberga una añeja obsesión con Nicaragua. Un
elemento clave que ha perturbado hasta la actualidad el sueño de la dirigencia
estadounidense ha sido, en el siglo diecinueve, su interés por la eventual
construcción de un paso bioceánico a través de Nicaragua y el temor de que tal
obra fuese encarada por una potencia europea, Francia, que tenía planeado abrir
una ruta transoceánica en Panamá. Frustrada esa iniciativa francesa
y vez construido el Canal de Panamá por los estadounidenses la prioridad fue
impedir la creación de una vía alternativa que compitiese con la panameña,
controlada directa o indirectamente por Estados Unidos", refiere.
Al respecto dijo que esa preocupación, que
se mantuvo latente a lo largo del siglo veinte, se acrecentó hasta el paroxismo
en fechas recientes ante los anuncios de un acuerdo para la apertura de un
nuevo canal pasando por Nicaragua y, además, financiado por capitales chinos. Si Beijing conmovió el tablero geopolítico
y geoeconómico mundial con la vertiginosa reconstrucción de la “ruta de la
seda” que -trece mil kilómetros de vías férreas de alta velocidad mediante-
atrae inexorablemente al Asia meridional y a toda Europa a su hegemonía
económica, la construcción y posterior control de un nuevo y más expedito canal
en Nicaragua alteraría radicalmente el
equilibrio estratégico nada menos que en el Caribe, la tercera frontera
imperial como decía el profesor Juan Bosch, y como lo ratifican los
manuales del Pentágono al hablar del Caribe como el “Mare Nostrum” de los
norteamericanos. Sería, además, el tiro de gracia para la Doctrina
Monroe y su pretensión de que en este continente sólo se oiga la voz de
Estados Unidos y que ninguna potencia extracontinental se inmiscuya en los
asuntos hemisféricos.
"La presencia china
en Centroamérica y el Caribe constituiría para Beijing un poderoso argumento
para neutralizar -o tratar de equiparar- la presencia de Washington en el Asia
Pacífico, hacia donde, desde la época de Barack Obama, Estados Unidos ha
desplazado gran parte de su flota de mar con la indisimulada intención de
contener la expansión comercial y política china. Para el Pentágono, y sobre
todo para la Administración Trump, que hizo de Rusia y China sus enemigos, nada
podría ser más amenazante que la presencia de los herederos de Mao en el área
del Gran Caribe y que eventualmente podría convertir a la tierra de Sandino en
una base de operaciones no sólo comerciales sino también de índole militar. De
ahí que el protagonismo estadounidense en la crisis nicaragüense no tenga nada
de anómalo o inesperado. Es la previsible respuesta a un desafío militar, y no
sólo económico, de vastas proporciones ante los cuales sería absurdo pensar que
el imperio permanecería de brazos cruzados”, atinó.
Por
otra parte, explica que a pesar que el gobierno sandinista parece haber
archivado sus afanes revolucionarios, el sólo hecho de que mantenga relaciones
de cooperación con países como Cuba, Venezuela y, en general, con los gobiernos
del ALBA, es para Washington motivo más que suficiente para provocar un “cambio
de régimen”, eufemismo para evitar hablar de golpes de estado y el subsecuente
baño de sangre con que se escarmienta a los rebeldes del viejo orden. Es debido
a ello que la Casa Blanca ha tratado,
por todos los medios y sin pausas, de incidir en el proceso político
nicaragüense y debilitar al gobierno de Daniel Ortega financiando
con largueza a los partidos de la oposición, a un variopinto enjambre de ONGs
–la mayoría de ellas non sanctas, encubiertos tentáculos del gobierno
estadounidense- así como a numerosas organizaciones de la sociedad civil y a la
prensa opositora, procurando por todos los medios desacreditar al gobierno
sandinista y estigmatizar a la pareja gobernante. Esta intensa campaña de
propaganda tiene por objeto denunciar a Managua como el asiento de una brutal
dictadura y preparar el clima de opinión para convalidar su violenta
erradicación mediante una “invasión humanitaria” coordinada por el Comando Sur
con la complicidad, entre otros, de los gobiernos que constituyen no el Grupo
sino el “Cartel de Lima.”
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