por Luis Varese-
El 20 de
diciembre de 1989, en el desayuno madrugador en Solentiname (archipiélago en el
Lago Cocibolca) la radio anunciaba la invasión de la 82 división blindada a
Panamá. Por el bejuco como se llamaba la línea confidencial, ya estábamos
enterados de que ocurriría. Iban en busca de su agente de la CIA, Manuel
Antonio Noriega (partícipe del asesinato de Arturo Jarrín del AVC del Ecuador,
entre otros crímenes) y para ello mataron a 600 panameños, destruyeron al
barrio del Chorrillo y ensuciaron con la bota yanqui, una vez más, territorio
panameño.
En ese mismo
día la Embajada de Nicaragua en Panamá amaneció rodeada de la tropa gringa. A
los pocos minutos la Embajada de los Estados Unidos en Managua, fue rodeada por
soldados y tanquetas del Ejército Popular Sandinista. Pocos se habían atrevido
a tanto. En diplomacia se llama reciprocidad y el Canciller, Padre Miguel D’
Escoto Brockman, aplicó la regla con audacia y precisión, tal como ordenan la
dignidad y los acuerdos de Viena. Eran tiempos muy duros. De guerra “de baja
intensidad”, con actos terroristas financiados con partidas aprobadas por el
congreso estadounidense.
La era de
Reagan y Bush hacía pagar muy cara la voluntad de independencia a los pueblos y
la diplomacia gringa era combinada con bloqueo, agresiones sistemáticas de la
contra y comunicaciones insolentes a la Cancillería nicaragüense.
El gobierno
Sandinista manejaba las relaciones internacionales con ejemplar tenacidad y el
Padre Meriknoll, educado en los Estados Unidos, era el Canciller. Juan Pablo II
en su arremetida contra la Teología de la Liberación y los sacerdotes que
habían tomado la opción por los pobres, había suspendido ad divinis (no podían
oficiar misa ni hacer trabajo pastoral) al Canciller, al Poeta Ernesto
Cardenal, Ministro de Cultura, y a Fernando Cardenal, impulsor de la
extraordinaria campaña de alfabetización. La ofensiva contra Nicaragüita venía
con todo y el pueblo nica con el FSLN, dirigido por Daniel y Tomás, resistía,
también con todo.
En Solentiname se ordenaban las acciones preventivas, entre ellas evacuar a los niños,
ancianos y mujeres no combatientes.
La idea era
llevarlos hacia Costa Rica por el río San Juan en caso de una intervención
yanqui, que nunca se atrevieron a hacer. Se rumoreaba que si los gringos se
atrevían con Nicaragua y Costa Rica prestaba el territorio, el EPS se tomaba
San José y Tegucigalpa. Eran conversaciones de combatientes llenos de coraje.
El Padre Miguel D’Escoto se mantuvo firme con el FSLN, desde el inicio de la
Revolución Popular Sandinista hasta su Viaje de Rencuentro, días atrás.
El Canciller
de la Dignidad, compañero de Daniel y de Rosario, optó por los pobres y caminó
siempre en esa línea. América Latina lo recuerda como un maestro de la
diplomacia contra las armas del Imperio. No descanse compañero, siga
iluminándonos desde donde está, con Alejandro Guevara, con Tomás, con Fidel y
tantos otros que han ido trazando el camino de los luchadores irredentos.
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